<<Alégrate llena de gracia>>
A
ti celestial princesa permíteme recordarte aquel hermoso día, aquel bello
instante de tu vida que ocurrió lo inesperado en ti, en esa aparentemente
flaqueza humana. Quiero pensar que no hubo temblores de tierra, ni relámpagos,
ni truenos, ni escenas magnificas… sino que todo transcurrió con cierta
normalidad. Era como otro día cualquiera en este pueblo, sin fama ni espectáculos,
todos seguían ganando el pan con el sudor de su frente, uno para allá y otro
para acá. Era la vida cotidiana, vida de trabajo, en la vida de oración, de
enseñanzas…José tallando su madera y todos los nazarenos seguían con la rutina
diaria. Y tú seguro que amaneciste como en otros días tantos alabando al Señor
según te inculcaron Joaquín y Ana, tus santos y benditos padres. No ceso de
imaginarte levantarte por la mañana con los ojos vueltos a Dios y el alma en
alabanza, en unión con el Dios Santo de Israel (ya que no podía faltar el
respeto a Dios y a los antepasados ilustres como el famoso rey David hombre
bueno ante Dios) y en tus quehaceres como cualquier otra muchacha de tu edad.
Pero
en Aquel entonces, en Aquel día que bien lo recuerdas, algo inesperado, algo
misterioso ocurrió. María déjame que te pregunte, una muchacha como tú, en todo
caso una mujer que no podía tener la Sagrada Escritura en la mano, ¿Cómo te
apañaste para estar asiduamente en contacto con la Escritura? Yo te imagino una
mujercita sobre todo humilde pero bien derecha, con la cabeza lucida y
reflexiva. Pero que no solo vivía de la cabeza sino del aliento que te brotaba
del corazón del cual habías regado con la Sagrada Escritura. Poseías unos ojos
que no se quedaban en lo que veían, sino que atravesaba y sondeaba palabra tras
palabra lo que leía, unos oídos que más
que oír desde fuera, escuchaban el latido del corazón, escuchaban los deseos
más secretos y los compromisos más íntimos del corazón. Y tu boca bien
cerradita para no dejar escapar el ardor del Espíritu que en este corazón
ardía. Por eso supiste bien escuchar y contemplar tu vida tras los misterios
trazados. Si no fuera así Virgen Santísima, ya que Dios no te obligó a
participar en el misterio de Corredentora. Dios te había mirado, se había fiado
en ti y como a su hija y esposa te
quiso, Dios ya te había preservado de todo pecado porque así lo quiso.
Di
que sí, conocías las profecías y constantemente las rumiaba en tu corazón, tu
pertenecías a los anawines que muy confiados esperaban la promesa salvadora del
pueblo de Israel. Seguro que ningún día pasó por tu cabeza que tú pudieras ser
aquella mujer que había recibido de Dios un especial don, una singular gracia
de Dios, al que Dios le había preservado del todo pecado. Aquella mujer que
aplastaría la cabeza de la serpiente. Tú lo sabias bien que había esperanza
plena para seguir creyendo en las divinas promesas y tú vivías a la escucha
atenta, aunque sin caer en la cuenta, que el nombre más bonito que Dios, daba
al hombre caído te pertenecía <<la llena de gracia>>. Tú la
predestinada a llevar en tu seno Aquella Semilla que a su vez aplastaría a satanás,
el mal, con la espada doble de su boca. Tú la exaltada a la gracia santificante
que el hombre había perdido por desobediencia, Tú la obediencia absoluta
incluso en los momentos más oscuros de tu vida terrenal. Tú la mujer vestida
del sol. Tú que desde el claustro silente de tu corazón mantuviste una relación
íntima con Dios. Tú la bendita que iba a hacer real la unión esponsal de Dios
con su pueblo. Todo eras misterio, nunca vivido y tan esperado, y sin saberlo
tu llegabas a ser esta elección escogida y divina de Dios.
¡Qué
sorpresa tan alegre! cuando el ángel te dice que has recibido gracia ante Dios.
¡Qué gran don en tan frágil humanidad! Todo aparentemente parece muerto, no
había vida, el hombre vivía en caos pero
tú doncella princesa sigues con la mano firme en el arado. Confías contra toda desconfianza,
esperas sin perder el rumbo. ¡Aquel Dios que no podía ser visto iba a
encarnarse en ti! ¡En esta humilde criatura! ¡El Salvador del mundo! ¿Y José, y
mis padres? A pesar de todo, tu confías y pronuncias tu <<hágase>>.
Dios en ti restaurará al mundo entero y a través del fruto bendito de tu
vientre será redimido.
Es
verdad que Dios te pide mucho, pero tú abriste tu corazón de par en par para su
misión. Te sientes como una ramita ante el mundo perdido, pero esta rama brota
de un árbol inmenso que tienen sus raíces bien profundas. Tu fuerza se
encuentra en la fe enraizada en ti a través de los santos escritos. Y en tu
mente hace como un “clic” y tomas conciencia de la misión encomendada, de traer
al mundo al Salvador. Sí, Santísima Madre, este misterio crecerá en ti y por tu
enseñanza pasará la obra bendita del Dios Santo. Tú por una voluntad explícita
de Dios, como una rosa que crece entre espinas, supiste vivir en un mundo
contaminado por el pecado y más aún cuidaste y alimentaste con cautela aquella
promesa del Padre. Sí, tú la preservada del pecado.
A
ti madre celestial, por ser de nuestra raza, Dios te cubrió con su sombra para
prepararle a su Hijo bendito una morada digna. Tus entrañas Madre mía fueron
esa casa divina de Cristo. Y así la omnipotencia de Dios y su divino poder se
realizaron en ti. Y tú humildemente inclinaste la cabeza ante tan gran misterio
y te encomendaste a la divina voluntad del Padre. Tomando muy a pecho esta
misión te alejaste de todo aquello que podía manchar esta gracia divina
fracasando así la obra salvadora.
Santísima
madre, ¡qué bello llevar al Hijo unigénito del Padre en tu seno! Por tu
disponibilidad plena pudiste después a través de este fruto bendito poder
luchar contra el satanás y sus poderes en aquel largo camino. Desde la encarnación hasta la resurrección todo fue
misterio en tu vida, misterio que solo se vive desde la fe y la oración sin
medida. Humildemente seguiste escuchando y meditando todo lo que en la vida
pasaba desde tu corazón. Enseñando al divino Niño y dejándose enseñar por Él.
Hoy
dos mil años después Virgen y Madre celestial te suplicamos que intercedas para que Dios nos alcance la gracia divina para estar
a la escucha de su voz en medio de tanto ruido que nos envuelve y para esta
disponibilidad que tuviste para llevar a cabo toda obra buena que Él nos tiene
predestinado.
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