martes, 16 de octubre de 2018




  “En el silencio se escucha la voz de Dios”

Después de un año de misión y entrega, llega el momento de tener una cita con el Amado, mi Dios y mi Señor y este año el encuentro se hace posible en un lugar muy especial para mí, el monasterio de Santa Clara de la Columna en (Belalcázar) junto con mis Hermanas Clarisas que me han permitido y ayudado a encontrarme con mi Esposo.

Un monasterio lleno de belleza exterior e interior donde la paz y el gozo se vive desde que cruzas esa puerta de madera coronada con una cruz de hierro que transparenta los bellos arcos del patio de entrada.

Desde el pequeño y acogedor "apartamentito" donde he pasado esta semana he podido experimentar la presencia y ausencia de Dios, pero Él, como hábil hortelano, fue removiendo mi interior para sembrar, en la tierra de la dura aridez de mi vida, las semillas de su amor. Con el rocío de su Espíritu las regó cada día a través de los rezos, Eucaristía, Exposición del Santísimo, todo compartido con las Hermanas.

Mi disposición era como la del salmista “como busca la cierva corriente de agua así mi alma te busca a ti, Dios mío” por lo que desde la intimidad de la Palabra de Dios mi corazón fue interiorizando el perdón, la compasión, la misericordia…  y entras en tu propia tierra sagrada en los más recónditos lugares aquellos que muchas veces no nos gusta ir y menos llegar, pero es donde está el encuentro con uno mismo y la verdadera libertad. Es el lugar de la entrada a Jerusalén con palmas y cantos y a la vez el huerto de los olivos “que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya Señor”

Ha sido el aliento de Dios el que ha reconducido, el diálogo, el silencio y el encuentro diario con Él.

Pasaban los días y todo me hablaba de Dios, las miradas de las Hermanas, el despertar de los pajarillos, el reloj que nos marca las horas de dar gracias por la vida, el repique de campanas a las 12 de la mañana recordando la presencia de la Madre de Dios y Madre de todos los hombres, el aroma a los ricos dulces, el chirriar de la bicicleta del jardinero, el timbre del torno…
Una experiencia de no buscar ni de tener prejuicios y tampoco con la pretensión de dar soluciones, sino de sentir y vivir el Amor de Dios, de consolidar cada vez más mi opción de estar esposada con el Dios de la Vida y ser feliz.

Tiempo de reavivar y recrear el Amor de Dios y de tener la certeza que Jesús de Nazaret me sigue sosteniendo y que sigue soñando conmigo.
Gracias Señor y Gracias Hermanas Clarisas
Hna. Mª dolores Cisneros Pacheco

Hijas de San José de Gerona