1A la hermana
Inés, su reverendísima señora en Cristo y la más digna de ser amada de todos
los mortales, hermana del ilustre rey de Bohemia, pero ahora hermana y esposa
(cf. Mt 12,50; 2 Cor 11,2) del supremo Rey de los cielos, 2Clara,
humildísima e indigna esclava de Cristo y sierva de las Damas Pobres, le desea
los gozos de la salvación en el autor de la salvación (cf. Heb 2,10) y todo lo
mejor que pueda desearse (cf. Flp 4,8-9).
3Reboso de
alegría por tu buena salud, por tu estado feliz y por los prósperos
acontecimientos con los que entiendo que te mantienes firme en la carrera
emprendida para obtener el premio celestial (cf. Flp 3,14), 4y
respiro saltando de tanto gozo en el Señor, por cuanto he sabido y compruebo
que tú suples maravillosamente lo que falta, tanto en mí como en mis otras
hermanas, en la imitación de las huellas de Jesucristo pobre y humilde.
5Verdaderamente
puedo alegrarme, y nadie podría privarme de tanta alegría, 6cuando,
teniendo ya lo que deseé ardientemente bajo el cielo, veo que tú, sostenida por
una admirable prerrogativa de la sabiduría que procede de la boca del mismo
Dios, echas por tierra de manera terrible e inopinada las astucias del taimado
enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que
vuelve fatuos los corazones humanos, 7y cuando veo que abrazas
estrechamente con la humildad, con la fuerza de la fe y con los brazos de la
pobreza, el incomparable tesoro escondido en el campo del mundo y de los
corazones humanos, con el que se compra a Aquel por quien fueron hechas todas
las cosas de la nada (cf. Mt 13,44; Jn 1,3); 8y, para usar con
propiedad las palabras del mismo Apóstol, te considero colaboradora del mismo
Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (cf. 1 Cor 3,9;
Rom 16,3).
9¿Quién, por
consiguiente, me dirá que no goce de tantas alegrías admirables? 10Alégrate,
pues, también tú siempre en el Señor (Flp 4,4), carísima, 11y
que no te envuelva la amargura ni la oscuridad, oh señora amadísima en Cristo,
alegría de los ángeles y corona de las hermanas (Flp 4,1); 12fija
tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la
gloria (cf. Heb 1,3), 13fija tu corazón en la figura de la
divina sustancia (cf. Heb 1,3), y transfórmate toda entera, por la
contemplación, en imagen de su divinidad (cf. 2 Cor 3,18), 14para
que también tú sientas lo que sienten los amigos cuando gustan la dulzura
escondida (cf. Sal 30,20) que el mismo Dios ha reservado desde el principio
para quienes lo aman (cf. 1 Cor 2,9). 15Y dejando absolutamente
de lado a todos aquellos que, en este mundo falaz e inestable, seducen a sus
ciegos amantes, ama totalmente a Aquel que por tu amor se entregó todo entero
(cf. Gál 2,20), 16cuya hermosura admiran el sol y la luna,
cuyas recompensas y su precio y grandeza no tienen límite (cf. Sal
144,3); 17hablo de aquel Hijo del Altísimo a quien la Virgen
dio a luz, y después de cuyo parto permaneció Virgen. 18Adhiérete
a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían
contener (cf. 1 Re 8,27; 2 Cr 2,5), 19y ella, sin embargo, lo
acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de
doncella.
20¿Quién no
aborrecerá las insidias del enemigo del género humano, el cual, mediante el
fausto de glorias momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es
mayor que el cielo? 21En efecto, resulta evidente que, por la
gracia de Dios, la más digna de las criaturas, el alma del hombre fiel, es
mayor que el cielo, 22ya que los cielos y las demás criaturas
no pueden contener al Creador (cf. 1 Re 8,27; 2 Cr 2,5), y sola el alma fiel es
su morada y su sede (cf. Jn 14,23), y esto solamente por la caridad, de la que
carecen los impíos, 23como dice la Verdad: El que me
ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en
él (Jn 14,21.23).
24Por
consiguiente, así como la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó
materialmente, 25así también tú, siguiendo sus huellas (1 Pe
2,21), ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes, sin duda alguna,
llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal, 26conteniendo
a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas (cf. Sab 1,7; Col 1,17),
poseyendo aquello que, incluso en comparación con las demás posesiones de este
mundo, que son pasajeras, poseerás más fuertemente. 27En esto
se engañan algunos reyes y reinas del mundo, 28pues aunque su
soberbia se eleve hasta el cielo y su cabeza toque las nubes, al fin se
reducen, por así decir, a basura (cf. Job 20,6-7).
29Y en cuanto a
las cosas que me has pedido que te aclare, 30a saber, cuáles
serían las fiestas que tal vez nuestro gloriosísimo padre san Francisco nos
aconsejó que celebráramos especialmente con variedad de manjares, como creo que
hasta cierto punto has estimado, me ha parecido que tenía que responder a tu
caridad. 31Tu prudencia ciertamente se habrá enterado de que,
exceptuadas las débiles y las enfermas, para con las cuales nos aconsejó y
mandó que tuviéramos toda la discreción posible respecto a cualquier género de
alimentos, 32ninguna de nosotras que esté sana y fuerte debería
comer sino alimentos cuaresmales sólo, tanto los días feriales como los
festivos, ayunando todos los días, 33exceptuados los domingos y
el día de la Natividad del Señor, en los cuales deberíamos comer dos veces al
día. 34Y también los jueves, en el tiempo ordinario, según la
voluntad de cada una, es decir, que la que no quisiera ayunar, no estaría
obligada. 35Sin embargo, las que estamos sanas ayunamos todos
los días, exceptuados los domingos y el día de Navidad.
36Mas en todo el
tiempo de Pascua, como dice el escrito del bienaventurado Francisco, y en las
fiestas de santa María y de los santos Apóstoles, no estamos tampoco obligadas
a ayunar, a no ser que estas fiestas caigan en viernes; 37y,
como queda dicho más arriba, las que estamos sanas y fuertes comemos siempre
alimentos cuaresmales.
38Pero como
nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es la de la roca (cf. Job
6,12), 39sino que más bien somos frágiles y propensas a toda
debilidad corporal, 40te ruego, carísima, y te pido en el Señor
que desistas con sabiduría y discreción de una cierta austeridad indiscreta e
imposible en la abstinencia que, según he sabido, tú te habías propuesto, 41para
que, viviendo, alabes al Señor (cf. Is 38,19; Eclo 17,27), ofrezcas al Señor tu
obsequio racional (cf. Rom 12,1) y tu sacrificio esté siempre condimentado con
sal (cf. Lev 2,13; Col 4,6).
42Que te vaya
siempre bien en el Señor, como deseo que me vaya bien a mí, y encomiéndanos en
tus santas oraciones tanto a mí como a mis hermanas.
Clara <<esclava de Cristo>> como se llama a sí misma nos vuelve a sorprender de nuevo. Muestra su inmensa alegría al conocer el estado tanto espiritual como físico de Inés que sigue permaneciendo fiel a la opción de vida tomada y, en cuanto Inés y sus hijas siguen las huellas de Cristo. Clara sabedor de cuanto vive con sus hermanas, se hace testigo junto a Inés reconociéndose e invitando a Inés a ser cooperadora del mismo Dios y sostenedora de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable. Ésta es herman@s la grandeza de nuestra vocación: el seguimiento a Jesús pobre y crucificado - fijando nuestra mente, nuestro corazón y transformándonos toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad.
El tema del ayuno que en la carta se da a entender que Inés preguntaría algo a la madre santa, también llama la atención. Clara primeramente se sitúa como <<sana y fuerte>> cuando ya la han mandado guardar cama por enfermedad y debilidad desde un largo plazo de quince años. Clara es conocida de haber vivido la penitencia muy duramente, Francisco tendrá que intervenir poniéndola una moderación. Pero también descubrimos su ternura materna, clara suaviza esta practica en los débiles y enfermos. Esta es realmente una mujer sabia, le dice a Inés al final de la carta <<...desista con sabiduría y discreción...>> o sea que valore y haga un sano discernimiento de la practica de penitencia al fin de que viva alabando al Señor.
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