<<La
explicación de tu palabra es luz que ilumina y proporciona instrucción a los
sencillos>>.
El
domingo pasado, vimos a Juan arrestado y encarcelado mientras Jesús se retira a
Galilea a anunciar la llegada del Reino de Dios, a partir de ahora la salvación
definitiva se halla entre nosotros. Jesús igual que Juan el bautista comenzaba
anunciando la conversión, esto es, un
cambio en la manera de pensar y de actuar. Jesús mismo mostrará que este cambio
solo se puede producir desde el interior
con la intervención del Espíritu Santo. Una nueva enseñanza con una nueva
autoridad. Y, hermanos, la locura de Dios comienza nada más ni nada menos que
llamando a unos pescadores para que estuvieran con él y para que les hiciera
pescadores de hombres. Un desconocido, de unos padres artesanos, que no había
frecuentado ninguna escuela rabínica ahora su fama recorre toda la comarca, y
gran muchedumbre de gente lo siguen porque les gustan oírle, les sorprende sus
enseñanza y su trato con ello.
Ante
esta muchedumbre Jesús en este domingo nos habla de su retrato, de su rostro,
del rostro de Dios invisible y cercano,
del Dios que habita entre nosotros. En este desconocido ahora conocido se
resume toda felicidad, todo amor, toda enseñanza que conduce hacia la plena
libertad, hacia la plenitud. Este
desconocido nos da a conocer su retrato es aquel al que paso a paso lo
contemplaremos y seguiremos por la misma senda.
Jesús
comienza por ese grupo de gente que no es pobre porque no tienen cosas, ni
poderes, ni fama, sino porque poseen un corazón que ha sabido abandonarse en
Dios. Un corazón que confía plenamente en el buen cuidado de Dios. Un corazón
que sabe despojarse totalmente por amor a Cristo y su Reino. Un corazón que no
es amarrado en las cosas de este mundo
sino que sabe levantar las manos y los ojos hacia Aquel que es la única esperanza. Un corazón
que se gasta y se desgasta por construir puentes de unión y nunca muros de
separación, de división… entre hermanos independientemente de su raza,
religión, lengua o color. Este es el
mismo retrato de Dios en la persona de Cristo. Si así tienes el corazón pues
bienaventurado tú porque el Reino de los cielos te pertenece.
Bienaventurados
o sea felices vosotros hermanos y hermanas que sois mansos. Aquellos le
podían preguntar ¿todavía está vigente
la mansedumbre, en un mundo como este, que celebra y aplaude el mal
esclavizando cada vez más con la ley? Y Jesús sabedor de todo, pensaría
<< ¡mi pueblo elegido cuántas veces te he querido cuidar como a mi hijo,
como la gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas, mas no quisiste!,
pero vosotros que me habéis seguido al oír la Buena Nueva y habéis salido a
buscad la mansedumbre, aprended de mí que soy manso y humilde de
corazón>> Dichosos vosotros que os consideráis no saberlo todo y habéis
salido a buscar la verdad, que el orgullo no ha adormecido vuestro corazón, que
la autosuficiencia no os ha dominado con la terquedad. Feliz tú si a pesar de
todo tratas, hablas y piensas bien de tu hermano, porque el cielo te pertenece.
Cuando tu corazón no está alentado por ser el más fuerte, el más poderoso. En
toda su vida terrenal a Jesús lo vemos todo bondadoso, muy paciente, humildad
destacable aun siendo Dios y ¿cómo no? un personaje muy tranquilo diciendo lo
que tenga que decir con una autoridad nueva.
Enseguida
Jesús recorre con su mirada escrutadora
a aquellas mujeres y hombres que lo rodeaban y conociendo todo el sufrimiento
que llevaban cargando sobre ellos les dice << Dichosos los que lloráis, porque
seis consolados>> Feliz tú, si no
oprimes, si no desprecias, si no maltratas…feliz tu si no haces sufrir al otro,
si el otro para ti es uno con igual dignidad, que merece todo como yo y que
tiene libertad de desarrollarse como persona digna de ser. Dichosa tu si tienes
que llorar porque denuncias la injusticia, por estar a favor del más pequeño,
por seguir la senda de Cristo, dichosa tú porque un día tu consuelo vendrá de
él. Recorriendo la mirada en la senda de Jesús, nos damos cuenta que no pasó por
encima de esos sufrimientos, llegó a sudar gotas de sangre por mantenerse en la
voluntad divina.
¿Y
la justicia? Dichosa tu si tienes hambre y sed porque por ella serás saciado. Es como si Jesús dijera
aquellos a hombres y mujeres y a todos nosotros, << conoce la novedad de
la Buena Noticia que te traigo y quedaras saciado>> ¡Buscad primeramente
el Reino de Dios y su justicia! <<Con esto todo lo demás te sobra>>
No sé si tienes una verdadera experiencia de tener hambre y sed, un momento en
el que pienses, como no encuentre algo de alimento me muero. Este es un
verdadero abismo, te ves desvaneciendo minuto a minuto y todo parece una
eternidad. Una experiencia muy dura y desagradable. Pues sí, esto es anhelar,
desear fervientemente, intensamente ¿qué? la justicia. Esto es, ser
transformado en la imagen de Cristo, la justicia plena, que vale más que el oro,
hermanos. Pues dichoso tu si teniendo y poseyendo en ti el Reino de Dios, el
Reino que Jesús predica y amarrado a su justicia, lo demás te estorba, te sobra.
Feliz tu porque siempre estarás saciado. Porque esta comida eterna permanece
para siempre. Jesús en toda su andadura busca, trabaja, anuncia, procura y vive
la justicia, basta con mirar a la mujer adúltera, y la incorporación al grupo
del separado…
Me
atrevería a definir a Dios “el misericordioso”. Dios es misericordia. Nos
ofreció nuestra dignidad de hijos y co-herederos a través de su Hijo. Derramó
sobre nosotros una lluvia de bendición, de gracia y de plenitud. ¿Deseas
aliviar los pesares del hombre? ¿Estas al lado del deficiente, del descreído,
del marginado…? ¿Entregas tu vida para liberar, para ablandar corazones
endurecidos, para encaminar caritativamente al descarriado, para limpiar las
lágrimas del sufrido….? Entonces eres feliz, pues tú mismo ya has alcanzado y
alcanzaras esa misericordia. Jesús una y otra vez y se entregó por entero a la
persona del hermano. Fue el icono más exacto de la misericordia divina.
Jesús
cada vez veía iluminar los rostros de aquella gente sencilla que buscaban la
libertad plena. Que quería salir de las ataduras duras y agobiantes de la ley
esclavizadora. Aquellas personas querían salir de los apegos mundanos. Dios
nunca mira la apariencia humana, sino el corazón, en este lugar donde nos brota todo deseo que puede ser un mal o un
buen deseo. Es un lugar peligroso cuando dejamos entrar intrusos en él, cuando
nos lo dejamos contaminar. Si tu corazón es puro, esto es, no es contaminado
con deseos mundanos, deseos que pueden esclavizar, deseos que no liberan sino
que ponen más cadenas sobre las que ya están,
si tu corazón dice bien, si tu corazón sabe descubrir la vocación
humana, el AMOR, entonces feliz tu porque veras a Dios, descubrirás la
presencia de Dios en tu quehacer de cada día, en el rostro del hermano. Dios
habitará en tu corazón. << Quien me ha visto a mí, ha visto al
Padre>>.
“Cuando
de nosotros no nace la disensión, las disputas…”.Jesús seguía diciéndoles. La
paz no se logra batallando sino desde el propio corazón. Si tú tienes paz
contigo, en tu alma y consigues dominar todo aquello que no la alimenta,
entonces podrás inculcarla en un mundo de conflicto. Y feliz tu porque serás
llamado hijo de Dios. En el corazón de Jesús palpamos la bienaventuranza de la
paz, más que por las palabras la vivió día y noche.
Jesús
no cansándose miraría a aquellos hombres y mujeres y les aseguraría, <<la
persecución existe y existirá en la historia humana>> Si tú tienes la
meta en la vida eterna, eliges vivir la exigencia de la Buena Nueva. Esta
exigencia te llevará a denunciar cualquier modo de vivir que indignifica la
persona humana, con tu actitud padecerás mucho, pero dichoso tú si te mantienes
firme y en la mano, dichosa tu si a pesar de todo, sigues levantando tus ojos
al creador porque el Reino del cielo te pertenece. Sé fiel por creer en mí, y
sé fiel en mantenerse en esa fe pase lo que pase. Para Jesús no fue nada fácil
la persecución, pero soportó hasta el último momento.
Y
si te insultan, te persiguen, te calumnien…si todo esto lo vivieras en paz, con
sosiego, pacientemente…alégrate porque el Reino de Dios te pertenece. Hermanos
recemos y anclemos nuestro corazón en él para cuando lleguen estos momentos que
nos comprometen seamos capaces de vivir como él vivió confiado en su Abbá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario